Tiene su origen en Kant: recordemos que, según este filósofo, en la experiencia de conocimiento el sujeto cognoscente es activo, aporta en dicha experiencia las estructuras aprióricas que en él se encuentran y ordena, reúne o sintetiza el material bruto de la sensación mediante mecanismos que descansan en él mismo. El fenómeno –lo único que realmente nos cabe conocer– es una consecuencia de la actividad del Sujeto Trascendental. Sin embargo Kant creyó que podíamos postular la existencia de una realidad trascendente, no fenoménica, una realidad independiente del sujeto (la cosa en sí o noúmeno), aunque para nosotros absolutamente desconocida. Esta tesis limita la actividad de la razón humana, y es consecuencia de la concepción de dicha razón como facultad de conocimiento finita, del reconocimiento de la propia finitud. Sin embargo, los filósofos alemanes posteriores a Kant hacen una valoración más optimista de la Razón y acaban considerando a ésta como una facultad que carece de límites.